jueves, 28 de enero de 2016

Del silencio y otras músicas

... Y cuando miré al horizonte, el silencio seguía allí.

No es que sea detractor de la música popular, de las canciones de moda o de la programación de la mayoría de las estaciones de radio; no, es más bien que amo el silencio, y porque lo hago, es que prefiero por mucho buscarlo disminuyendo el volumen hasta hacer desaparecer cualquier atisbo de aquello que lo ensucie.

No, no es cuestión tampoco de gustos musicales en lo particular, aunque admito por otra parte que existen géneros que son un marco precioso para que el silencio deambule por entre las notas con sus mejores galas y contoneándose con sutil parsimonia.

Es tan bello el silencio, que no cualquiera es capaz de maquillarlo para hacerlo lucir más. Es tan eterno el silencio, que ahí caben la Nada y el Todo amalgamándose para dar paso al tiempo y al espacio. Es tan versátil el silencio, que incluso se puede ver, respirar, tocar y saborear. Es tan perfecto el silencio, que es el único espejo en que la música puede reflejarse.

Es por eso, que cuando lo que se dice o se hace, no va a mejorar el silencio; es mejor quedarse callado, es mejor cerrar los ojos, es mejor guardar las manos.

Y también es por eso que amo la música, porque amo el silencio. Quien no tiene oídos para el silencio podrá advertir las notas de una pieza, pero será incapaz de escuchar su relación armónica. Quizá, por eso, es que la música convencional es pasajera, pero la que tiene como materia prima el silencio y la sensibilidad, se queda, alberga, cobija y solaza.

Y es que músico no es quien confecciona el sonido, sino quien perfecciona el silencio.

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