lunes, 5 de septiembre de 2016

¿Internet es distinto a la televisión en México?

Hace algunas semanas reflexionaba acerca de los cambios que el desarrollo tecnológico ha provocado y como nos ha acercado las herramientas para poder comunicar ideas.

En el caso de la televisión abierta en México me he manifestado como un crítico de su programación que en su mayoría es de baja calidad y que no responde a las necesidades de crecimiento intelectual de la sociedad, por el contrario, está basada en una suerte intencional de inducir y mantener a la gente manipulada de acuerdo a la conveniencia económica, política e incluso ideológica de los dueños de las empresas televisoras y de los grupos de poder a los que pertenecen.

Me congratulaba que los hábitos de la gente estaban cambiando para dejar de ver tv y en su lugar buscar opciones interactivas en las que si hay posibilidad de elegir lo que se desea ver y con la posibilidad de interactuar y de esta forma restarle fuerza a ese virtual poder fáctico, que en México no cabe duda ha sido nocivo en favor de un grupo que se beneficia de la permanencia de la corrupción.

Con el crecimiento de las opciones de comunicación que el Internet y sus aplicaciones nos han acercado, estamos ante la posibilidad, con todas las herramientas a nuestro alcance, para poder producir nosotros mismos y comunicar virtualmente todos los contenidos que nos  imaginemos y ponerlos a disposición de cualquiera que esté conectado. La propia gente que antes era solo espectadora ahora genera y pone al alcance de los demás su propio material y el de otros.

Acabo de ver a Roberto Mtz un blogger quien expresa su decepción sobre los contenidos del Internet en México que es igual de intrascendente que el que promueven las televisoras. El Internet se ha convertido en una televisora sin presupuesto lleno de material intrascendente en nuestro país.

El desarrollo tecnológico ya puso en nuestras manos las herramientas para producir y difundir lo que hace muy poco tiempo era tan complicado, ya no tenemos que convencer a la empresa ni a productores ni gastar millones para que se lleven a cabo nuestras ideas sobre contenidos. Lo que ahora falta es solo atreverse y poner acción a nuestra inquietud.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Literatosis

Hay lectores sanos y lectores enfermos; los sanos me interesan, pero no tanto como los enfermos; éstos se caracterizan por leer hasta lo que no les gusta... para saber decir, con los pelos en la mano, por qué no les gusta.


Otra cualidad que tienen es que son capaces de separar al escritor de la persona, incluyendo sus ideas políticas. Con ellos no se puede, vayan ustedes a saber, se ponen imposibles porque es frecuente que hayan leído cinco o diez libros de un mismo autor. De esta clase de lectores que conozco puedo contar al Daniel, al Aarón, a Lulú, a Ramiro. Como les dijo, son imposibles —Lulú conoce 64 novelas de Agatha Christie de las más de 80 que tiene la autora inglesa; Daniel coteja el más reciente de Paul Auster con su Trilogía y en su biblioteca de 3 mil volúmenes puede pasar el resto de sus días; Aarón es capaz de cruzar la ciudad para buscar el periódico de los sábados sólo para leer el suplemento en donde aparecen las reseñas con novedades, también está en enfermo de libros...

Esos lectores que los amarren, 

sólo así van a soltar un libro.

jueves, 28 de enero de 2016

Confusión entre productos y obras

El problema no es tener un supuesto mal gusto acerca de los cantantes más populares, la película más taquillera o el libro más vendido, sino el problema real es no saber distinguir una propuesta artística  de un trabajo que en primer lugar está pensado para ser un redituable producto comercial.

El entretenimiento no tiene nada de malo, es más, lo celebro y algunas expresiones me gustan mucho, el asunto es que puedan crear esta confusión.

También es cierto que en ocasiones las fronteras entre uno y otro no están muy nítidas y no pocas veces una cosa no excluye a la otra, pero de todos modos es mejor distinguir la pulpa del jarabe.

Del silencio y otras músicas

... Y cuando miré al horizonte, el silencio seguía allí.

No es que sea detractor de la música popular, de las canciones de moda o de la programación de la mayoría de las estaciones de radio; no, es más bien que amo el silencio, y porque lo hago, es que prefiero por mucho buscarlo disminuyendo el volumen hasta hacer desaparecer cualquier atisbo de aquello que lo ensucie.

No, no es cuestión tampoco de gustos musicales en lo particular, aunque admito por otra parte que existen géneros que son un marco precioso para que el silencio deambule por entre las notas con sus mejores galas y contoneándose con sutil parsimonia.

Es tan bello el silencio, que no cualquiera es capaz de maquillarlo para hacerlo lucir más. Es tan eterno el silencio, que ahí caben la Nada y el Todo amalgamándose para dar paso al tiempo y al espacio. Es tan versátil el silencio, que incluso se puede ver, respirar, tocar y saborear. Es tan perfecto el silencio, que es el único espejo en que la música puede reflejarse.

Es por eso, que cuando lo que se dice o se hace, no va a mejorar el silencio; es mejor quedarse callado, es mejor cerrar los ojos, es mejor guardar las manos.

Y también es por eso que amo la música, porque amo el silencio. Quien no tiene oídos para el silencio podrá advertir las notas de una pieza, pero será incapaz de escuchar su relación armónica. Quizá, por eso, es que la música convencional es pasajera, pero la que tiene como materia prima el silencio y la sensibilidad, se queda, alberga, cobija y solaza.

Y es que músico no es quien confecciona el sonido, sino quien perfecciona el silencio.

sábado, 23 de enero de 2016

Los apoderados

Los cantantes y músicos cuentan con un apoderado.
Esta persona los representa, defiende sus intereses y les indica a dónde sí, a dónde con quién, inclusive cómo conducirse en mejor beneficio de su carrera.
¿Y qué tal si mujeres y hombres nos firmamos un contrato y nos hacemos apoderados de nosotros mismos y pensamos qué es lo mejor para nuestra felicidad y de las personas que amamos?

viernes, 22 de enero de 2016

MI problema con los Covers

Cover: se usa a veces la voz inglesa cover, que significa ‘cubierta’, a pesar de su uso impropio) es una nueva interpretación (en directo, o una grabación) de una canción grabada previamente por otro artista.

Dicho esto debo aclarar que no odio los covers, de hecho me gustan y mucho, a veces entro a youtube a buscar distintas versiones de canciones que adoro, ¿cómo dejar pasar a Jordan Rudess tocando "Hey You" de Pink Floyd? o "Floydian Memories" de Shadow Gallery (si, me gusta pink floyd, puñetas). Mi molestia con los covers es cuando este es la única respuesta musical de un músico o una banda.

Definitivamente los covers son algo que tienes que hacer cuando quieres hacer música, ya sea de manera profesional o amateur competente o simplemente charranganear una guitarra, es una de las mejores formas de aprender, yo mismo he sacado cientos de covers, desde el Tri hasta Joe Satriani, estos últimos sin parecerse mucho realmente (lo cual está bien), disfruté enormidades cuando tocaba piezas de Metallica o Led Zeppelin, pero no imagino una vida como músico, incluso como en mi caso como músico amateur, tocando siempre el mismo requinto de "Knocking on heavens door" al centavazo.

El cover, para ser valioso debe aportar algo que la versión original no tiene, de otra manera uno termina siendo un karaoke mal tocado, las bandas en los bares terminan serruchando nuestras canciones favoritas cuando no le aportan nada y solo suenan parecido, a veces ni eso, y aún peor, haciendo versiones de piezas que ni siquiera a ellos les gustan, no puedo creer que a todas las bandas de Guadalajara les guste "Mi Lupita" o "El Son del Dolor" es estadísticamente improbable.

Para el desarrollo de la música, sobre todo en lugares como Guadalajara, es necesario que los covers sean una herramienta, no una propuesta, que distingamos entre públicos y audiencias, y como consumidores nos arriesguemos a pagar 100 pesos por un concierto que tal vez no nos guste. SI seguimos teniendo los covers como la primera opción para tener música en vivo en un bar, seguiremos teniendo a "La Balada de Cuca" y a Caifanes como máximos exponentes del rock en español, y por mucho que me gusten ambas bandas, eso es algo que a nadie le conviene.

El pinche Jako amargo

Don Bolero


    ESCRIBO desde el Spa, uno peculiar, sui géneris y típicamente atípico. Sí, hay agua y me da salud; el agua de las fuentes que se extienden a lo largo de una peatonal por la parte central y que deja dos anchos corredores laterales por los que se despliegan pequeñas carpas comerciales en forma de tianguis. Mientras, yo recibo mi masaje de pies al tiempo que suaves bocanadas de viento bajo un pequeño toldo en una silla elevada hacen lo propio con mi rostro deshidratado. No, no hubo necesidad de descalzarme públicamente, de hecho es precisamente sobre mis zapatos negros que el señor septuagenario, el de las manchas negras en las manos, mirada triste tras los espejuelos, espalda encorvada y cabello entrecano, hace uso de sus habilidades y destreza con el cepillo, la franela y los dedos sobre el cuero que alberga mis tropiezos. Eso sí, su camisa azul cielo de manga larga bien planchada, su mandil recortado hasta las rodillas y su peinado firme de gelatina extra fuerte, denotan la formalidad y seriedad con que toma su trabajo; uno cada vez más escaso, cada vez más olvidado. Me pregunto a qué hora abre y cierra, cuántos clientes llegan a su Spa de plaza pública, qué tanta es su preocupación y ocupación por tener y mantener las necesidades de él y los suyos al agitar vigorosamente los pelos de caballo en un cepillo con la mano derecha, mientras con la izquierda sostiene su cansancio en la base de mi silla, qué digo silla; de mi trono, porque su trato, esfuerzo, aplicación y precisión harían sentir rey a cualquiera.

Observo el paisaje a mi alrededor con la sonrisa discreta de quien se enorgullece y silenciosamente agradece que Don Bolero hoy sí haya abierto su Spa. El sol a tope, el azul en lo alto y la música de altos decibeles interpretada por José José, salen de unas bocinas poco ortodoxas y muy viejas a las afueras de un local de discos -sí, esos objetos circulares con canciones que pululaban en la era pre digital- son la escenografía perfecta de ese acto de la cotidianeidad repleto de actores y pocos espectadores en el gratuito teatro de la vida; ese ágora posmoderno cuyo telón ha sido removido a todas alas. Entre los actores de mi Spa, hay gente variopinta que se entretiene con el agua cristalina de las fuentes que caen a su base color verde lama. A lo lejos se divisa la cúpula amarilla del templo de san Agustín como vigilante de varios siglos de edad, con su enhiesta torre de cantera. En la medianía, una joven de vestido largo en color naranja posa en el borde de la fuente para una instantánea ante la mirada complacida de los transeúntes. Niños pequeños sonrientes corriendo, no, no; huyendo de sus despavoridos y molestos padres. Una pareja de octogenarios va del brazo con paso trastabillado y lentísimo, pero con la firmeza del querer bien puesto entre los dos. Turistas de apariencia internacional se maravillan con el edén urbano que los rodea, al tiempo que el otrora “Príncipe de la Canción” se baja de la bocina para ceder el turno a Marisela que interpreta "Enamorada y herida" como en sus mejores años.

— ¡Servido, joven!— me devuelve a la realidad de mi ubicación geográfica y temporal la voz arrastrada de Don Bolero que indicaba que mi masaje había terminado. 

Dejo el paraíso de esta plaza pública – la Plaza Tapatía - que vivió su plenitud hace más de cuarenta años, cuando la modernidad se pintaba en colores post sepia. Me dirijo de nuevo a mis actividades después de este escape al paraíso; porque sí, el paraíso no es un lugar, es un momento.

Hoy sí abrió el Spa. Gracias por hacerlo, Don Bolero.

Por: El Rufián Menor